Martín Solares: “Cada palabra de mis personajes es producto de la enorme libertad que caracterizó a los surrealistas”

Martín Solares: “Cada palabra de mis personajes es producto de la enorme libertad que caracterizó a los surrealistas”

El autor cierra la trilogía con “Cómo vi a la mujer desnuda cuando entraba en el bosque”, ambientada en la Francia de los surrealistas; el 3 de octubre a las 20:00 la presentará en la FIL Monterrey.

 Israel Morales/Monterrey

Martín Solares va a presentar en la FIL Monterrey su obra “Cómo vi a la mujer desnuda cuando entraba en el bosque” (Random House) el 3 de octubre a las 20:00.

Es una novela entretenida, que captura la atención, que lleva a diversos pasajes de grandes artistas, pero también a resolver un caso, pues se trata de que el detective Pierre Le Noir ha emprendido una desesperada carrera contra el tiempo a fin de rescatar a Mariska. Por ahí aparecen los surrealistas y un tal André Breton. Por lo que todo puede pasar en este cierre de trilogía del agente Pierre Le Noir.

¿De dónde nace “Cómo vi a la mujer desnuda cuando entraba en el bosque”?

Para que una novela se escriba, hay que tener al menos tres motores. O al menos así me ha ocurrido siempre y así pasó con esta novela: en el 2002 vi una exposición sobre surrealismo en el Pompidou, una retrospectiva muy completa que llenaba tres de los muchos niveles que tiene el museo. Fue como entrar a otro mundo. Regresé tantas veces como pude durante ese semestre, hasta que terminé de disfrutar cada sala, cada objeto, cada relato. Recuerdo el impresionante altar de Breton, hecho de obsequios de los mejores artistas plásticos del siglo XX; los cuadros menos conocidos, pero más radicales de Max Ernst; los apuntes de Magritte sobre el lenguaje; las teorías de Dalí sobre Vermeer; los trazos de Masson, tan finos que parecía estar escribiendo los cuadros en lugar de pintarlos; y por supuesto, las esculturas de Meret Oppenheim, la influencia de Peggy Guggenheim, de Nancy Cunnard y la presencia de Kiki de Montparnasse, y me pasé el resto del año asimilando la experiencia, releyendo el catálogo y soñando con escribir sobre ello. Ese año traté de escribir una novela sobre los surrealistas y fracasé. Aunque en conjunto daban la sensación de un huracán, para hablar de cada uno hay que ser exacto como el dibujo de una ola. Me di cuenta de que necesitaba conocer cada biografía, cada obra, cada número de la revista y me tardé 20 años. Tuve que escribir otros libros antes para lograrlo, y vivir tras la pista de cada uno de ellos durante todo este tiempo.

Más tarde supe que los surrealistas tuvieron grandes problemas con la policía, y me pregunté dónde estarían los expedientes que cuentan las tropelías de estas personas, pero por más que investigué, no existen, o están clasificados bajo muchos candados, así que sentí el impulso muy fuerte de escribirlos yo mismo. Y seguía juntando y leyendo todo cuanto salía sobre ellos.

El impulso decisivo vino cuando me enteré de la historia del fantasma que intentó matar a Breton. En cuanto lo supe corrí a ver un cuadro de Magritte que tiene a una mujer desnuda, de apariencia espectral, rodeada por fotografías de todos los integrantes del grupo con los ojos cerrados, y entonces decidí que ya había llegado el momento, así que renuncié a mi trabajo como editor, me apreté el cinturón y me dediqué exclusivamente a escribir estas tres novelas desde entonces. No me he arrepentido un instante. La trilogía se escribió por sí sola: los personajes literalmente me despertaban por las madrugadas para dictarme frases, diálogos o capítulos enteros. Cuando estaba por terminar la primera novela de este ciclo, “Catorce colmillos”, vislumbré otras dos novelas detrás de ella y juré que las escribiría. Así que en cuanto terminé de contar los secretos de Man Ray, seguí con los de Robert Desnos, y en esta tercera aventura logré abordar a los jefes del grupo: los protagonistas son André Breton, Louis Aragon y Max Ernst.

En estos ocho años dedicados a escribir estos tres volúmenes, varias personas no muy inteligentes me han preguntado si tengo derecho a escribir sobre lo que pasó en París hace cien años a pesar de ser un mexicano. Si me he documentado más de 20, no veo por qué no. Y hay otros motivos más poderosos, que solo un novelista puede entender: un día tuve una pesadilla en la que un ser monstruoso me perseguía y me hablaba en francés. Me dije: Si ya tengo pesadillas en francés, ya tengo el derecho de escribir sobre este país, y escribí los tres libros sin ningún tipo de complejo, sin pedir permiso a nadie, feliz de tratar con estos personajes. Y si me esmeré tanto en la investigación es porque estos artistas y los lectores lo merecen: cada dato histórico que doy en estas novelas, por más asombroso que sea, proviene de la investigación, y cada palabra de mis personajes es producto de la enorme libertad que caracterizó a los surrealistas. Espero que el lector sienta que avanza sobre terreno muy firme, y que se divierta tanto como yo con estos artistas atrabiliarios, subversivos, excepcionales, que cambiaron el arte y nuestra manera de pensar.

¿Qué nos puedes comentar de Pierre Le Noir?, ¿qué tanto maduró desde las dos entregas anteriores?

Como tú sabes, decidí que el protagonista fuera un joven de 18 años porque estaba cansado de los detectives cuarentones amargados, quijotescos y sardónicos. Y Pierre ha funcionado muy bien, porque su juventud le permite ver con curiosidad y asombro a cada uno de los surrealistas. En esta novela, Pierre concluye la primera parte de su aprendizaje, por decirlo de alguna manera. La acción de las tres novelas sucede en cuatro semanas: el muy agitado mes de noviembre de 1927, un momento decisivo para el grupo surrealista por muchas razones, todas presentes en las novelas. Pierre es un inocente en “Catorce colmillos”, la vida le da sus primeros arañazos en “Muerte en el jardín de la luna”, y a fuerza de golpes y sorpresas es un poco más seguro de sí mismo en esta tercera aventura. Ya ha tenido que defender lo que él considera valioso, como es la libertad en su sentido más alto; la poesía en el sentido más puro y aquí sigue buscando el amor, con la fe de un joven.

Es interesante leer sobre Breton y los surrealistas en una trama diferente, ¿cómo fue encaminar en tu novela a estos artistas que parecían irreductibles, cómo fue posible aterrizarlos en una gran trama detectivesca?

En efecto, cuando ya había investigado lo suficiente me di cuenta de que tenía enormes sentimientos hacia cada una de las criaturas que aparecen en estas novelas, y eso me permitió crear sus conflictos, sus travesuras y sus discusiones. Y hacerlos hablar. Tuve que aplicar un método surrealista yo también. Si un personaje me despertaba por la madrugada, abría mi cuaderno, tomaba la pluma y le decía: “Más vale que me cuentes algo valioso, o no vuelves a aparecer en la novela”.

El único reto más grande que recrear la historia consistió en inventar otro tiempo y otro lugar, en el que solo los surrealistas podían vivir: un relato en el que se mezclan mi gusto por el realismo de la novela policial y las maravillas de la literatura fantástica. Luego de escribir dos novelas sobre el Golfo de México tenía el derecho de tomar vacaciones mentales de la violencia a la mexicana, y de escribir estas tres novelas sobre el mejor grupo de artistas que ha existido jamás.

De todos los movimientos artísticos, ninguno renovó nuestra imaginación visual y poética tanto como el surrealismo. Ni siquiera la publicidad o la propaganda serían posibles sin todo lo que ellos le aportaron a la imaginación. Pero es por ellos, además, que ahora entendemos más plenamente palabras como amor, libertad y poesía, gracias a que consiguieron retirarle el tufo patriotero que las envenenaba alrededor de la Primera Guerra Mundial. Yo dediqué una novela a cada una de estas tres palabras para explorar cómo lo hicieron. Hartos de la retórica nacionalista que envió a su generación a morir en las trincheras, los surrealistas tomaron las palabras más bellas de su lengua, las vaciaron de contenido político y les dieron un significado que no desembocaba en la necesidad de morir por la patria.

Es una trama con ritmo, que se lee fluida, por supuesto, sin quitarle esa gran carga artística que emana el abordar a estas figuras, las mismas posturas del protagonista y desde luego también el hilo conductor que es encontrar a Mariska…

Traté de no engolosinarme con tanta información tan deliciosa y solo cité aquellos datos que salían de manera natural mientras escribía. El sistema de copiar y pegar no funciona en la prosa de la novela: por fuerza, hasta el dato más pequeño que viene de la realidad debe pasar por la imaginación del escritor, o se volverá un lastre insoportable y putrefacto. Uno tiene que aprender a sacrificar lo que más le gusta a uno y a incluir solo aquello que la novela necesita para vivir. Si ya sacrificaste todo, la novela misma te dicta palabra por palabra, que fue lo que me pasó a mí.

Y platícame del castillo embrujado, que le da ese toque oscuro e interesante, y de la aparición que deja con muchas preguntas…

El castillo existe: es el Manoir D’Angot, está en Normandía, muy cerca de los famosos acantilados y del cementerio marino. Hasta allá fui a investigar, con tal de documentar la novela. El día que llegué, el castillo estaba cerrado, aunque la página de internet no advertía de ello. Llamé al teléfono que estaba ahí indicado y me contestó un francés muy insolente, que se puso más grosero al escuchar mi acento extranjero. Me dijo de mala manera que le tocaba a él abrir el castillo, pero que no lo hizo porque debía atender un tema personal, administrativo, y me indicó que me fuera, porque no había nadie que pudiera abrirme en muchos kilómetros a la redonda. ¿No hay nadie aquí en el castillo? ¡No, señor!, me gritó. Perfecto, le colgué y dado que la reja estaba abierta, entré a caminar por los jardines y el palomar todo lo que fue necesario para documentar mi novela.

¿Y qué te dejó esta trilogía de Le Noir?

La alegría de descansar mentalmente de la violencia a la mexicana cada vez que tomaba la pluma. La posibilidad de ver el tema de mis primeros libros en perspectiva. Un montón de relatos apasionantes, valiosos como monedas de oro, que descubrí en las biografías de estos personajes. Mi eterna admiración hacia muchos de ellos, por el ejemplo que dieron con su vida, hasta en el último aliento; el agradecimiento por las ideas y los mundos que nos heredaron y que todos hemos disfrutado, incluso sin saberlo. Finalmente, el haber escrito tres novelas para disfrutar de la vida, tal como ellos nos enseñaron, la convicción de que hice todos los sacrificios necesarios para escribirlas y la satisfacción de un trabajo cumplido. Ya puedo decir: “Yo he vivido dentro de estas novelas y fue una experiencia revolucionaria”.

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