En el primer concierto de la segunda temporada de la Orquesta Sinfónica de la UANL, los asistentes hicieron un tour musical a través de obras de autores nórdicos. Al final, la orquesta recibió aplausos de pie por parte del público
Jesús Moreno/ Vida Universitaria UANL
Fotos: Daniel Zamora/Vida Universitaria UANL
Todo estaba listo. Eran los 20:00 horas, 56 músicos y el maestro Eduardo Diazmuñoz estaban preparados para sonar los acordes en su casa, el Teatro Universitario. Estaba por comenzar el recital Pasaporte Músical, Países Nórdicos.
Iniciaron con la Obertus Helios, Op 17, de Carl Nielsen. En días anteriores, el director artístico resaltó la calidez de este concierto. Tenía razón. Desde que sonaron las primeras cuerdas, el ambiente se tornó más caluroso, habían picos de intensidad que resaltaron la pasión y entusiasmo de los músicos.
Flautas, oboes y clarinetes hicieron una atmósfera de tranquilidad absoluta, donde la mitad de los violinistas tocaban acompañando a los instrumentos de viento. Esta sensación hacía sentir un cierto vaivén, como una cuna que mece al tiempo de una canción.
Era el turno de la Suite No. 1 Op. 46, de Peer Gynt. Desde los primeros instantes el público reconoció la melodía. Sin pensarlo dos veces, sacaron sus celulares para grabar el momento; se trataba de «Por la mañana». La flauta poco a poco empieza a enamorar; sin darse cuenta, el público se pierde en su encanto. Cuando menos se espera, los demás instrumentos ya acompañan al viento.
Seguido de tan relajante tono, todo se tergiversa. Ahora está la «Muerte de Aesa». La música es tensa. El ambiente cambia de color por completo; todo parece ser oscuro, con tonos grises y negros. Son cuatro minutos llenos de angustia.
Después de la angustia llega la calma, la «Danza de Anitra» le regresó al público un poco de tranquilidad. Se apreciaban los punteos hechos por los instrumentos de cuerda con mucha nitidez, mientras al fondo se escuchaba un tintineo. Todo esto iba a dar paso al clímax del concierto; los expectantes aún no sabían lo que iban a presenciar. Era tiempo de escuchar «En el salón del rey de la montaña».
Si el tiempo es lo más importante en una orquesta, en esta pieza todo se multiplica. Las notas estuvieron interpretadas con suma exactitud, también con mucha intensidad y sentimiento.
Al terminar la pieza, fue imposible no pararse y aplaudir.
La segunda parte era exclusiva para la Sinfonía No. 2 en re mayor, Op. 43, de Jean Sibelius. Se interpretaron Allegratto, Tempo andante, ma rubato, Vivacissimo y Allegro moderato; era el comienzo de la parte final del concierto.
Una sinfonía de intensidad pura, llena de picos de emociones, para después bajar y volver a subir, dando un clima caluroso pero que sin problema se convertía en tenue y frío. Todo termina como comenzó, con mucha intensidad.
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