La autora aborda en esta novela una amalgama de historias y retratos familiares, con un tributo al judeoespañol, “lengua tan minoritaria como bella en la que resuenan los ecos de Cervantes”.
Israel Morales/Monterrey
Un homenaje a los orígenes, a la herencia mexicana, búlgara y sefardí, y también al lenguaje como encuentro de imágenes, fragmentos, ficción a la memoria, es lo que propone Myriam Moscona en “León de Lidia” (Tusquets), obra que presentó de manera reciente en la UANLeer, y de la que platica en entrevista.
¿De dónde nace “León de Lidia”?
Es un libro que a estas alturas del partido me convierte en una escritora joven con él, porque es mi segunda novela, a pesar de que tengo tantos libros en otro género, en poesía, mi gran maestra para escribir narrativa es la poesía, a pesar de que este libro no intenta ser poesía, intenta contar una serie de historias.
Hace años se publicó “Tela de sevoya”, un libro que estuvo favorecido con el Premio Xavier Villaurrutia y lo que intentaba era trazar una especie de biografía de una lengua que por cierto en Monterrey tiene un arraigo o tuvo un arraigo importante, es la lengua de los judíos tras la expulsión a finales del siglo XV, hablo del judeoespañol o ladino, todo esto se contaba a través de una historia familiar. Yo al haber publicado “Tela de sevoya” no tenía la menor idea de que iba a continuar este impulso que viene de un lado muy hondo, de querer permanecer en ese universo. Me preocupaba porque hay algunos personajes en “Tela de sevoya”, como una abuela maléfica con la que la narradora tiene una relación muy tirante, con el peso dramático, no quería descafeinarla, y pensé que no la iba a utilizar en “León de Lidia”, y después me hice varias preguntas, por ejemplo en dónde quedaba mi libertad. Sí me preocupaba descafeinar ese personaje y espero que en “León de Lidia” no esté descafeinada, pero sí está la dosis muchísimo menor.
“León de Lidia” no es como la segunda temporada de las series, pero sí mantiene un universo compartido, aparecen México, España, Bulgaria, digamos que las comunidades geográficas están compartidas, aquí el ladino está integrado, se le usa de una forma más orgánica mientras en “Tela de sevoya” había un afán cultural, de poder transmitir al lector lo que es el ladino, y que esas palabras siempre por contexto pudieran comprenderse. “León de Lidia” es el nombre de la moneda, de la primera moneda que se acuñó en la humanidad, hace 26 siglos, en el reino de Lidia, que es Anatolia, que es Turquía, y que es una de las geografías importantes del libro, y tal vez el país europeo donde tras la diáspora de la lengua más se habló el judeoespañol. En esa región que se llamó así, el Reino de Lidia, se acuñó esa moneda porque la región era Lidia y la figura era un león con las fauces abiertas.
Yo soy hija de migrantes de Bulgaria con una abuela turca y lo que puedo decir es que tras haber buscado por muchos años el título del libro, y cuando encontré el nombre de esta moneda dejé de tener duda alguna porque esos son los nombres de mis padres, León y Lidia. Entonces ellos murieron fuera de tiempo y de alguna manera el título es un tributo a su presencia.
Aunque no es autobiográfico, ¿por qué narrarlo en primera persona?
El libro que está escrito en primera persona no necesariamente es la vida de la autora. Siempre que hay una primera persona, el lector, no me excluyo, conecta inmediatamente con un yo que parece ser desprendido, pero yo no quiero comprometerme con una respuesta total, es decir, hay elementos de vida, pero hay mucha ficción. Finalmente considero que “León de Lidia” es una novela, no es un testimonio, y tampoco me gustaría verlo como autoficción, que tanto está de moda, que lo que hace es entubar las lecturas en vez de abrirlas, volverlas más diversas, las mete adentro de ese registro y de ahí no sale nunca. Es como si habláramos de Marcel Proust como el gran autor de la autoficción y ya lo fregaste, porque de ahí no lo vas a sacar, pero es mucho más que eso, en “León de Lidia”, la narradora no tiene un nombre propio, que interactúa con los diversos personajes del libro, eso le da libertad para entrar y salir de algunas líneas biografías a mucha ficción.
Algo que es muy característico de tu obra es el judeoespañol, ¿cómo trabajaste el lenguaje en esta obra?
Algo que desde niña me llamaba la atención, en Monterrey utilizan la palabra huerco, así nos decía la abuela a sus nietos, huerco, como niño travieso, referirse a los niño; “la calor”, lo he oído en el norte. También la comida, por ejemplo el cabrito, que es un animal que tiene la pezuña de tal forma que es parte digamos de la alimentación judía. La ciudad de Monterrey fue fundada por la familia Carvajal, ahora todo se ha investigado más, está en la superficie, pero de niña yo no sabía nada, salvo que me llamaba la atención que por qué en Monterrey hablaban con palabras que solo había oído de los viejos, porque nadie de mi generación hablaba judeoespañol y yo jamás empleé ninguna palabra en ladino, pero a mi oído entraron muchas. Muchas palabras que nosotros conocemos en la zonas rurales de México como “nadien”, “mesmo”, “andejuites”, “fuistes”, esas expresiones son parte del castellano que trajeron a América los primeros pobladores y que de alguna manera en el campo mexicano, o en el de muchos otros países, se quedaron congeladas esas expresiones. “Ansina”, así se llama mi libro de poesía, que quiere decir “así es”. Aun al día de hoy se sigue utilizando en estas zonas rurales de muchos países latinoamericanos ese castellano que puedes leer en el “Quijote”. Entonces para mí no solo es un placer, sino también es un asunto de resguardar una memoria que me fue dada, una especie de regalo, pues yo soy escritora, y lo que más amamos los escritores es el lenguaje o nuestra lengua, y el ladino es la infancia de nuestra lengua. Yo siempre digo que más que la lengua de mi infancia es la infancia de mi lengua.
En “León de Lidia” hablo más del origen interno, es un libro que juega con los tiempos, y que finalmente el tiempo que rija en el libro, no es el pasado ni el futuro, es el tiempo interno que contiene a todos los tiempos. Tal vez por eso demoré en escribirlo.