– Si por separado ya brillaban en sus bailes, juntos alcanzaban la excelencia, como si se equilibraran uno al otro.
Oviedo, España.- Fuente: La Nueva España/ Autor: Franco Torre. Video: TV España
El amor trágico de la bailarina Nikiya y el guerrero Solor embargó ayer el Teatro Campoamor. «La Bayadera», la obra que cerró el Festival de Danza, convenció al público ovetense con su aroma de fantasía oriental y el fabuloso desempeño del cuerpo de baile del Ballet de Monterrey.
La función registró una buena entrada, pero lejos del lleno. Demasiadas butacas vacías vista la calidad de la compañía y la oportunidad de ver completa una obra clásica del repertorio de la danza. Con un sugerente montaje, apoyado sobre la colorista escenografía de Raúl Font y el espectacular vestuario de Marco Reyna, «La Bayadera» entraba por los ojos, antes incluso de ver en acción a la compañía mexicana que dirige José Manuel Carreño.
Los bailarines no desaprovecharon el viento a favor. Sobre todo la pareja principal: Junna Ige, la grácil «Nikiya», una de esas bailarinas de apariencia frágil, que parecen hechas de cristal, pero capaces de comerse el escenario; y Ernesto Mejica, el bravo «Solor», una fuerza de la naturaleza, imponente y sensible a un tiempo.
Si por separado ya brillaban en sus bailes, juntos alcanzaban la excelencia, como si se equilibraran uno al otro. Su química le sentaba especialmente bien a Ige, que mostraba una expresividad acentuada al contraponer su menuda figura con la rotunda envergadura de su partenaire. Con los dos sobre el escenario, nada parecía alterar el desarrollo del ballet, ni siquiera el inoportuno (e insistente) móvil de algún espectador despistado.
Pero el Ballet de Monterrey demostró que es mucho más que esos dos intérpretes. Todo el cuerpo de baile brilló al abrigo de una coreografía a ratos voluptuosa, a ratos delicada, pero siempre equilibrada. Un triunfo completo que terminó en ovación.
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