Yoko Ogawa y el vacío del olvido

La autora japonesa aborda en La Policía de la Memoria un misterioso fenómeno en que todo puede desparecer, desde los objetos hasta los recuerdos y las historias de aquellos que intentan registrar su paso por ese mundo.

Israel Morales/Monterrey

Se fueron las aves, desaparecen las fotografías, las plantas, los peces y lo que se asocie a ellas a través de la memoria. Ni una sensación que las evoque. No hay ni siquiera recuerdos. Así que el ser de pronto se afrontará a la nada, en una isla en donde un grupo rige no solo lo que se va, sino el destino de los pobladores que sí son capaces de recordar. Lo que desaparece ya no tiene un punto de referencia. Y aunque de la familia sí se tienen recuerdos, quizá, en un día, también se pierda en ese vínculo que se tenía por medio de cosas personales. ¿Qué le va a quedar a los habitantes de esa isla después de que todo desaparezca?

En La Policía de la Memoria (Tusquets Editores), Yoko Ogawa ofrece una trama elaborada a partir de esas premisas con carga de tensión psicológica y con dos historias que corren paralelas: la de la protagonista, una escritora que alude a ese entorno, y a la trama que esta escribe sobre una joven que lleva clases de mecanografía.

Porque el dominio de la Policía de la Memoria, por fortuna, no puede abarcarlo todo. Si se entera de que alguien tiene la capacidad de recordar, se lo llevan a un lugar del cual ya no regresa. La protagonista es una escritora que perdió a sus padres, se los llevó esa Policía, y solo mantiene vivo el recuerdo por medio de algunos objetos que guarda en cajones escondidos en una parte de su casa. Pero esa Policía no ceja en su intento de controlar a los pobladores de la isla y afrontarla no es una tarea sencilla.

Ella lo hace y además escribe una novela sobre una mecanógrafa que ha perdido el habla; las palabras solo las plasma a través de la máquina de escribir, y sus intenciones son que su enamorado, el maestro de mecanografía, la entienda en ese mundo raro.

El editor de la protagonista, el señor R, posee la capacidad de recordar y ella lo esconde en un discreto y reducido espacio de su casa. Así lo mantiene alejado de la Policía de la Memoria. Aquí empieza una suerte de resistencia. Otros han huido, pero sin noticias de su paradero; ella opta por ocultarlo, en lugar de que este escape entre la densa niebla del mar.

La escritora además se apoya en un anciano que ya ha sido interrogado por la Policía de la Memoria, de manera que su ayuda es vital para que no se descubra a su editor, a quien le comenta la novela que prepara, se la lee y éste le da su opinión, aunque extraña el mundo de afuera, a su esposa y a su hijo que nació mientras él permanece confinado.

El anciano no ceja en su fuerza de voluntad para ayudar a la escritora, quien es bombardeada por la Policía de la Memoria, aunque siempre con el uso de la razón y los destellos de los recuerdos que vagan en esos instantes en que escribe la historia de la mecanógrafa.

La escritora juega algunas cartas y confronta otra manera de recordar, y ordena y categoriza para confrontar a esa Policía y así adentrarse en los porqués de ese severo actuar.

¿A dónde va lo que desaparece? ¿Por qué desaparece? ¿Cuál es la intención de la Policía de la Memoria? Obra con muchas claves, con la tensión sostenida, oscura, llena de alusiones a un mundo que busca borrar su historia. En esta sociedad que propone Yoko, los recuerdos no valen, así como la memoria, pues el olvido es un arma poderosa para controlar. Y que la protagonista capta en un diálogo con el señor R:

“Aunque mire las fotografías, ya no veo nada en ellas. No se me hace ningún nudo en la garganta ni siento ninguna emoción. En mis manos, no son más que pedazos de papel. El vacío del olvido se hace más grande y no hay quien pueda ponerle remedio a eso. Debe de resultarte difícil entenderlo…” (pág. 140).

Con esta obra, Yoko quedó finalista del National Book Award 2019 y del International Booker Prize 2020. Medios del mundo la consideraron una de las mejores obras del 2020.