Libros. Vida, final, inventos y latidos

Desde el relato personal, la ficción, un clásico y, por qué no, temas siempre polémicos, entre lo que se puede leer en las obras publicadas de manera reciente por Alfaguara

Israel Morales/Monterrey

Piedad Bonnett – “Lo que no tiene nombre” – Alfaguara (2023)

El amor a un hijo, a su memoria, desde luego a su vida es lo que se aprecia en “Lo que no tiene nombre”, de Piedad Bonnett. Relato íntimo sobre el brillo de una existencia que se inclinó por el arte, que también se cultivó en otras disciplinas. Todo se agravó cuando una enfermedad mental apareció y Daniel, ante la mirada de los suyos, empezó a alterar su comportamiento. Piedad Bonnett le confiere a la palabra las respuestas para darle matiz a la existencia, al dolor, al hecho de sentir que la historia de su hijo merece nunca cerrar sus páginas. Va a los sitios en que estuvo, la remembranza, el último espacio en que vivió en Nueva York mientras realizaba una maestría en la Universidad de Columbia, desde luego momentos en que busca respuestas a la enfermedad de su hijo, como alusiones a la poesía, a Gregorio Samsa, a la ciencia, a los sistemas sociales de salud. Todo lo que lo envuelve y esas marañas que no tienen a veces una respuesta ante el suicidio, que Piedad matiza, hace acopio de la literatura como su eje medular: “hoy vuelvo tercamente a lidiar con las palabras para tratar de bucear en el fondo de su muerte, de sacudir el agua empozada, buscando, no la verdad, que no existe, sino que los rostros que tuvo en vida aparezcan en los reflejos vacilantes de la oscura superficie” (págs. 18 y 19).

Ray Loriga – “Cualquier verano es un final” – Alfaguara (2023)

Yorick, quien es en realidad el personaje y a la vez no, es quien narra la historia de “Cualquier verano es un final”, además estuvo cerca de la muerte, y ésta ronda a un conocido suyo, Luiz, alguien que quiere morir. Obra del autor español Ray Loriga que se anida en la complejidad, en donde lo que se cuenta se despliega en distintos momentos, diversos países, también sin ser desde luego un diario de viajes. En Venecia, con todo y lo que implica su evocación, el editor de libros, narrador, lleva la historias al peso de su mirada, por ejemplo cuando observa una barca fúnebre que cruza el canal, a un niño con una gorra de fieltro que ya casi no llevan los niños, una mujer mayor que coquetea; va pues de una narración transparente a otra mordaz, más otras desde luego exaltadas en que ante todo el ser es una gran narrador de las circunstancias de sí mismo. Pero Luiz es además quien viaja a Suiza, a ese sitio de última morada. Alma, la ilustradora de libros, es en quien el narrador rememora los momentos que pasó junto con Luiz a su lado, y lo que vivió en el mundo editorial en que se circunscriben. Pero antes de que la melancolía se apodere de una historia tan bien tratada, Loriga lo deja todo a disposición de la literatura, como ese gran debate de que más que la realidad, la palabra es capaz de llevar a los sitios menos sospechados. Nueva obra de Ray Loriga, uno de los grandes autores de estos tiempos.

Adolfo Bioy Casares – “La invención de Morel” – Alfaguara (2022)

Los planos de imágenes que se abren en “La invención de Morel” aún causan asombro. La sorpresa de estar en el edificio construido en 1924, en una isla donde convive la gente y en la que un hombre fugitivo observa palmo a palmo los destellos de un científico que altera la realidad con un invento, o la sustituye, o la vuelve fantasmagórica. Morel es el científico, creación célebre de Adolfo Bioy Casares, quien hace que desfilen personajes, que los perturba, que provoca, que genera que ese encuentro altere otras líneas del tiempo. Faustine es en quien se posa la mirada del fugitivo que la sigue por la isla y se enamora. Pero las cosas cambian ante el invento que hay que decir engaña incluso hasta al inventor. El hombre en la isla cree que las imágenes viven, o ¿será que Morel es quien imaginaba todo? Cegueras del inventor, abismo del hombre: “No debe intentarse retener vivo todo el cuerpo” (pág. 103). Esta es la mejor literatura fantástica que Bioy Casares puso ante los espectadores, que aún sueñan con encontrarse con esa máquina capaz de emocionar y hacer que las imágenes aparezcan y desaparezcan, y quedar atrapado en una extraña pero fructífera trama.

Héctor Abad Faciolince – “Salvo mi corazón, todo está bien” – Alfaguara (2023)

Cuando el corazón llama a una segunda oportunidad, todo cambia. Para Luis Córdoba el andar de los tiempos es disfrutar la vida con música clásica y cine. Una sacerdote fuera de lo ordinario que luego de algunos descuidos en su salud espera el trasplante de corazón, aunque le pone ídem a lo que hace. Primero su casa familiar la convierte en un sitio en que convergen el apoyo a la iglesia, pero además, junto con el narrador, también sacerdote, viven los días más felices de su vida: no faltan los clásicos, así como los grandes comentarios de crítico de cine (que publica en El Colombiano). A esas alturas es reconocido: Luis Córdoba, quien lo mismo habla de un Tarantino que de Buñuel, de Pasolini que de Fellini, entre muchos. Filosofía, hermandad, no sabe otra cosa que disfrutar cada momento. Alto, gordo, simpático, mientras se hace eterna la espera de recibir el órgano debe cambiarse de casa debido a las escaleras y es arropado por una familia, con cuartos que se parecen a las partes de un corazón; moradores que después se arroparán en él, como se indica llegará a ser de paterfamilias, y sí, esto lo hace replantear el camino, como dice el narrador, Lelo: “libre albedrío, voluntad”. Y se viene lo inusitado en la vida del protagonista y quienes lo rodean, con Teresa como madre de esa familia, y sus hijos Juli y Jandrito. Gran obra “Salvo mi corazón, todo está bien”, de Héctor Abad Faciolince, ubicada en los 90, y armonizaba con que el diálogo ser-institución religiosa-sociedad tenía muchas cosas por exponerle al mundo.

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